Las rodillas que enrredaban tu cuello
eran las mías.
Te succionó la libertad tu propia mente
encerrándote en un recuerdo de gran peso
y tragándose la llave.
Mi alma deseaba pertenecerle a la tuya,
de a ratitos las dos jugaban a que realmente les urgía.
Lo que enrrieda tu cuello ya no soy yo,
debe ser la horca del pasado, como una gran correa,
que maneja tu vida desde una gruesa y pesada cadena.
La que roce tu cuello seré yo,
en algún fragmento de eternidad,
en algún rincón del bosque más libre del planeta.
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