Como todos los días domingo a las 11 de la mañana, Isabel tendía la ropa en aquella soga del campo de Mercedes,Bs. As, bajo el sol del mediodía naciente.
Nadie a su alrededor, era temporada baja y las casas vecinas estaban vacías, pero ella decidió retirarse de igual modo; espiritualmente de cuerpo y alma, alejándose de las bocinas de la city.
Ya no necesitaba esconderse, jugaba sola, rodaba sobre la alfombra de pasto que acariciaba su alma giro tras giro.
Las flores olían a encuentro; de esos con el sabor de las almas y olor a ensueños. Cerró los ojos rápido. Se le cayeron los párpados como caerían los telones del teatro Cervantes, como desalineando el sol del sistema solar, como si se apagara el mundo en un instante fugáz.
Una mano áspera de labrar le acaricia la mejilla. Abre los ojos. La mano la guia hacia la maleza.
Recorrieron el amplio lugar, observando las flores oriundas de aquel cuerpo de sabia verde-bosque. Silencio más rotundo del que ya había. Se miraron a los ojos como si no hiciese falta decir nada, ella lo sabía todo y el observaba y entendía.
De pronto las almas se distanciaron de los cuerpos, de esos que estaban uniéndose con los ojos.
Se fundieron una en la otra. Comenzó a sonar una guitarra con una música suave, repleta de arpegios. Se acercaban como en una zambita, vuelo tras vuelo, agitándo las manos y tomando la seda, desnudándose en todo sentido, gritando en las alturas.
El universo lo entiende, esa es la ley de las almas. Dormir plácido, solitario y seguro, y despertar con la mano guía , la mano que escribe los destinos de las almas en el bosque de Mercedes.
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