
En el dorado anochecer,
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!
Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
pidiendo extrañas invenciones
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?
Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento;
la segunda no nos reclama
lógica de argumento,
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.
¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo Ruido!
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!
Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
pidiendo extrañas invenciones
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?
Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento;
la segunda no nos reclama
lógica de argumento,
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.
¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo Ruido!
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