Incesante
la luna posaba
frente a un espejo de agua
que le regaló el Dios de la lluvia
deseoso de espiarla
cuando ella desnuda
el color de su piel.
Nada es lo mismo cuando duerme,
ni el sol brilla así.
Sigiloso el Dios
se inunda en deseo de esconderse en su regazo.
Quien pudiera rozar a la luna con sus propios labios,
encendería las estrellas de un solo suspiro.
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